domingo, 21 de marzo de 2010

El imposible


No fue hace mucho que mirando una peli, mi novio y yo nos confesamos nuestros amores imposibles. Extrañamente, no sentí esos celos enfurecidos sino que fue una mezcla de celos pasivos -de imaginarlo perdidamente muerto por una desconocida que quién sabe dónde esté- con compresión -porque todos tenemos nuestros amores inalcanzables- y alivio -porque la recordó con melancolía pero sin deseo ni pasión. Y entonces la inevitable pregunta “¿y vos tenés? Seguro que el tuyo era un artista, un músico, un cineasta o algo así”, me tiró. Por supuesto, le acertó como siempre. “¿Será que maduramos que ya nos confesamos nuestros amores imposibles?¿Te das cuenta que nos estamos contando por quienes nos hubiéramos reemplazado, siquiera antes de conocernos?”, disparó, y ahí fue que me puse a pensar en los amores imposibles, en el destino.

Todos tenemos un amor imposible. Ese chico de la secundaria varios años mayor que vos, el intelectual que te cruzabas en los pasillos de la facultad o ese de nariz personal que conociste durante la clase de Contenidos Culturales del siglo XX , o con ese que cruzaste apenas una charla en spanenglish en un micro de viaje a Machu Pichu. Los más probable es que ni siquiera existió un beso y lo que rige magia del amor es lo desconocido. Es esa persona que vuelve a tu cabeza –aún cuando lo cruzaste sólo un milésima de segundo, diez años atrás- cuando estás solo, o en períodos complicados con tu pareja y que siempre te hace preguntarte si él también pensará en vos de vez en cuando, si estará casado con hijos, si seguirá siendo lindo, atractivo y con su personalidad intrigante y simpática como lo recordás, o si estará con una panza prominente, pelado, ojeroso, arruinado y con un carácter amargado y depresivo, al contrario de cómo lo conociste.

Son imposibles porque siempre la vida se empecinó en que nunca se concretara “el encuentro” porque cuando vos estabas soltera él estaba felizmente de novio y ni te registraba; porque siempre que coincidieron en una fiesta a pesar de que hablaron ambos fueron muy tímidos como para dar el primer paso aunque se morían de ganas, o simplemente porque los separaba continentes, idiomas, viajes, realidades, desencuentros, destinos. Son imposibles porque nunca se develó el misterio del qué hubiera sido si… porque nunca pasó de la mirada hipnótica, de esas que te quitan el aliento y te vuelven incapaz de pronunciar palabra. Porque con tan sólo un hola, vos ya te imaginaste su esposa, madre de sus hijos, abuela de sus nietos.

Seguramente la vida, empedernida, te lo vuelva a cruzar y siempre te va a invadir la misma sensación aunque tengan 90 años y apenas puedas distinguir a la persona tras las arrugas, la pelada y con el obstáculo de una miopía galopante. Pero también seguramente se imponga el mismo desencuentro, la misma fatalidad, el mismo rumbo diferente encargado de mantenerlo como un imposible. Sino ¿qué sería de mi amor real? No muchas gracias, prefiero un amor real como mi cuyanito.

No hay comentarios: