martes, 23 de febrero de 2010

Cómodo silencio


Sábado a la tarde-noche. Estamos, mi cuyanito y yo, cada uno sentado frente a la computadora. Él trabajando, yo escribiendo o intentando hacerlo. En silencio, compartimos y realizamos nuestras actividades. ¿Llegamos a una etapa de madurez o estamos hechos dos aburridos viejos chotos? ¿será lo nuestro acaso un típico ejemplo de pareja posmoderna, cada uno sumergido y conectado con el mundo cibernético, sin siquiera hablarnos? Lo miro y desde todos los ángulos me parece lo más lindo e interesante que conocí. De perfil, las aletas de su nariz recta se cierran en un gesto de concentración mientras su labio inferior sobresale más que de costumbre ofuscado mientras afronta como siempre el sinfín de variables económicas mientras tipea ideas sin parar. Visto de frente, su cara parece sumergirse en la computadora como si esa posición le garantizara un mejor resultado. Los ojos apenas abiertos y diabólicos permanecen clavados en el excel y el volumen y la esponjosidad de su melena se vuelve más importante de tanto refregarse la cabeza. De atrás, qué decir, es lo más seductor que existe con su balanceo al caminar cada vez que va a la cocina a recargar en su taza una nueva dosis de cafeína que lo mantenga alerta. Cuando desde toda perspectiva veo a una persona irresistiblemente tentadora, como a mi cuyano, es que me doy cuenta que me tiene realmente muerta.

Afuera ya cayó la noche y con la lluvia es una de esas noches de mierda. Supongo, mejor dicho, confirmo que estamos hechos unos viejos chotos porque nuestra gran salida consiste en ir al tablón a comprar una película. Será el tiempo de noviazgo, pero a veces disfruto de volvernos un poco ermitaños y que nos quedemos en casa haciéndonos compañía. Por momentos, está bueno ni siquiera tener que hablar y pasarla muy bien. Creo que el silencio compartido y para nada incómodo es la señal de que con una persona podés pasar toda una vida juntos. Cada tanto me mira con esos ojos dulces, frunce su nariz y vuelve a la compu. Ni sospecha todo lo que se me cruza al contemplarlo. Supongo que de esto se trata el convivir, de tener momentos de silencio en los que la simple presencia del otro es lo más confortable y lindo del mundo, que te ayuden a sobrellevar esos otros instantes complicados en que tan sólo si te tropezás con otro de sus zapatos con punta metálica en el medio del living, si te encontrás por decimo quinta vez la basura que te dejó de regalo al lado de la puerta cuando le pediste el favor de sacarla, o si tenés que bajar la tapa del baño una vez más, creés vas a enloquecer… y no de amor. 

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