miércoles, 22 de julio de 2009
El engaño gourmet
Entré a mi casa con esa sensación placentera de llegar al paraíso después de un día intenso. Revoleé las botas y descalza, encaré a la cocina y manoteé los folletos de comida para pedir algo. Cero ganas de cocinar. “Delivery gourmet”, anunciaba el papel en el cual un listado de platos extravagantes invitaban al placer de degustarlos; y yo estaba bien dispuesta: tenía un hambre comparable al de un equipo de rugby en un tercer tiempo.
A la media hora, frente a frente con el paquete, lo desenvolvía con torpeza por la desesperación mientras soñaba con una porción generosa y exquisita. Conseguí abrirlo. El fiasco fue total. Una porción de pollo, más chica que la mano de mi sobrina de dos años, roseado de oliva y un mínimo de cebolla de verdeo acompañado de 4 verduras salteadas como mucho, y una hojita de perejil a motivo de decoración. No me llenó ni una muela, me salió una millonada y tampoco estaba muy rica. Por supuesto, como no tenía casi nada en la heladera terminé con el clásico salvador: fideos con manteca. Pero esta experiencia me llevó a una sabia conclusión: renuncio a lo gourmet.
Basta de ir a esos restaurantes que con su pretexto de cocina gourmet te chantan un pan con dos chorritos de aceite de oliva, un tomate y una aceituna y pretenden conformarte. Además, este tipo de restó no sólo te engaña con la relación precio, cantidad y calidad, sino que también te confunde con una carta que contiene no más de tres platos descritos en lenguas nativas de pueblos ancestrales, por lo que no se puede saber bien ni que se elige, y uno termina comiendo ostras con dulce de leche, la combinación más espantosa y estrafalaria jamás imaginada. Por supuesto, el principio de clavarse con el plato, se cumple religiosamente pues la labor de recomendación está en manos de aspirantes a actores y modelos devenidos en mozos, que por ser tipo muñequitos o tener cierta “onda”, fueron contratados, y no tienen la más mínima idea de que se trata cada planto, ni siquiera lo que son unas papas gratinadas, por lo que esperar una recomendación de su parte es una utopía.
El ambiente tenue acompañado con música jazz, bossa nova o chill out, no tiene otra finalidad que dormitarte para que no puedas darte cuenta lo que estás comiendo ni con quién, un efecto sorpresa que generalmente no es bueno.
Finalmente, su excusa de una cuenta numerosa descansa en el secreto de la palabra delikatessen que suelen atribuírsela a algún postre o entrada pequeña que vale el 50 % de la abultada cuenta a pagar, que en otras palabras, no es más que un robo a estomago vacío. Por eso, basta de gourmet, ahora sólo frecuento esos restaurantes o parrilladas típicas, donde el mozo te termina trayendo lo que quiere, un guiso, unas milanesas con puré, o lo que él crea ese día es lo más rico; que siempre son señoras porciones, y aunque quizá no tengan “la decoración” te dejan satisfecha seguro.
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