martes, 9 de junio de 2009

"Sos igual a..."

“Sos igual a… ay no sé, te juro tenés un aire a alguien que conozco. Gordo, ¿no le ves un parecido a alguien? ¡Ay! Sí, ya sé, ¿no te hace acordar a Maru Benítez, tu compañera del master, sin los rulitos, obviando los ojos claros, la nariz respingada, que ella es un poco más baja (¿vos cuánto medís como uno sesenta?,  Maru debe medir como uno ochenta y uno) rubia y tiene pecas, pero no es igual?”

Me está gastando, es lo primero que viene a tu cabeza. “Sí, sí, puede ser, un aire”, le contesta él condescendiente, claramente cansado de escucharla decir tantas huevadas por minuto. “Te juro sos igual.” Igual en lo blanco del ojo, te decís, mientras pensás quién conoce a Maru Benítez, a quién le importa si soy su media hermana perdida y qué necesidad tiene esta persona que acabás de conocer de encontrarte un parecido. 

¿Acaso el parecido asegura que uno se tiene que llevar mejor con quien acaba de entablar conversación tan sólo porque le recuerda a alguien, que no sabés siquiera si es para bien o para mal, si te está matando o te está halagando?, (cuestión primordial que nunca se encargan de aclarar, por supuesto).

Peor todavía cuando te encuentran un parecido a algún famoso/a cantante o artista, porque seguramente es alguien a quien vos jamás admirarías y mucho menos te gustaría parecerte.

También puede suceder que seas idéntica en el gesto, en una expresión, a la novia del mejor amigo del primo de esa persona que recién te conoce y te dice el clásico “no lo puedo creer, te juro hiciste el mismo gesto de sorpresa, así levantando y arqueando las cejas (gesto que hacés vos y un millón de personas, podría decirse un gesto universal) que me hiciste acordar a la novia del mejor amigo de mi primo, que no la conocés, pero te juro es idéntica a vos”, y vos que la mirás con el “gesto”  lamentar en el alma no poder comprobar su interesante hipótesis porque no conocés a la persona en cuestión, y esbozás la sonrisa de compromiso mientras pensás cómo podés ser idéntico a alguien tan sólo porque, en lo supuesto, compartís un gesto.  

Resulta fastidiosa esa manía que tienen muchas personas de encontrarte algún parecido apenas te conocen. A mí me gusta ser Diana, estoy cómoda con mi individualidad y no me quiero parecer a nadie más que a mí, por más egocéntrico que suene.

Quizá el tema de los parecidos, sea una cuestión heredada. Apenas nacemos  las familias de las dos partes comienzan a disputarse “el parecido” del bebé hasta terminar en las disputas y observaciones más ridículas que uno puede imaginar. Seguramente, la suegra buscará un parecido remontándose al tatarabuelo de la tía hermana de su familia que tenía ojos verdes, los mismos ojos del bebé, cuando es claro que el padre los tiene, pero no, eso sería reconocer la influencia física de la familia contraria.  

Ya sea el parecido físico o el actitudinal, en general no nos gusta ser comparados, y mucho menos con otras personas que ni siquiera conocemos. Nos embolamos cada vez que alguien nos dice “sos igual a …” porque ya sabés que viene el parecido forzado; el parecido halagador, que seguro es un bolazo dado que te lo dice un chico que sólo quiere sacarte el teléfono de una manera ya muy quemada; o el parecido obvio, ese que ya estamos hartos de escucharlo por enésima vez. 

No sé si es porque estas personas jugaron mucho de chicos a encontrar los pares, que quieren buscarle a uno la otra supuesta mitad que perdimos cuando llegamos a este mundo, o tan sólo están frustrados porque aún no encontraron la suya; pero lo que sí, la próxima vez no voy a hacer la sonrisa benévola y le voy a responder con el peor parecido del mundo. Total así como en la guerra y en el amor,  en los gustos y en los parecidos, todo vale. 

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