“Me das medio kilo de tomatitos”, pidió la señora al verdulero, me miró y dijo “son tan divertidos…”. ¿Cómo mierda unos tomates son divertidos?, pensé, porqué esa manía de calificar de “divertido” a cualquier cosa tan sólo porque es minúsculo, desde cuándo lo chico en tamaño se convirtió en sinónimo de glamour.
¿Qué es lo que sucede que todo viene en tamaño reducido?, ¿desde cuándo se impuso que lo chiquito es más gracioso, más divertido?, ¿será la invasión oriental que viene cualquier boludez en tamaño diminuto?, ¿acaso no será esta moda de lo minúsculo un reflejo de nuestra inmadurez, nuestra negación al crecimiento, nuestra obsesión por reducir el talle?
No es que quiera hacer del tomate cherry una cuestión filosófica, pero quiero comprar un tomate como la gente no soy como la Barbie que jugaba a consumir todo en tamaño xxxs. En lugar de unos papines, quiero la clásica papa para hacer puré. No quiero cebollines, quiero señoras cebollas.
Además, creo que en materia de alimentos unos bocaditos, ya sean dulces o salados, no despiertan el deseo de darse una buena panzada como puede hacerlo una torta de chocolate o un buen plato de pastas o cualquier comida en tamaño considerable. Los canapés son otro ejemplo, la entrada típica de todo cocktail, fiesta de quince o casamiento, que no es más que un engaño al hambre provocado por la vista ante su “simpática y colorida presentación”, que no hace más que distraer a los invitados con falsas pretensiones de saciar su hambre, quienes realmente quieren que los novios se apresuren en el trámite de entrar al salón y saludar para comenzar a dar batalla real a las porciones “en serio”. Pero el gusto por lo diminuto no se ciñe sólo a lo gastronómico.
En materia de deportes también se impuso la boludez de lo “mini”: el ping pong (que similitudes más, diferencias menos, no es otra cosa que la versión china y reducida del tenis de mesa), el minigolf, el minisquash y toda esa sarta de deportes mini que juegan los altos empresarios en sus oficinas. La industria cultural también dio lugar a la moda de lo reducido con las ediciones de bolsillo; los souvenirs pequeños que emulan grandes obras arquitectónicas o esculturas, que están destinadas a perderse siempre; los autitos de colección; los trols, los pitufos, etc, etc.
Lo cierto es que no entiendo el porqué de ese amor por la versión minimizada de todo cuanto existe. Hoy en día es cool practicar jardinería con un bonsái, olvidate de plantar un ombú, un sauce llorón, una palmera o una araucaria… por más que tengas quinientas hectáreas de terreno no se va a lucir el paisaje si no se puede admirar el “encanto” del mini arbolito insulso.
La ropa la fabrican cada vez más chica. Hoy, el talle 36 de cualquier pantalón no le entra ni a mi sobrina de dos años.
Basta, me cansaron. Declaro la guerra a todo lo mini, a todo lo que se queda a mitad de camino de su grandeza, y a toda esa gente que defiende que lo bueno viene en envase chico y que los tomatitos cherry son “divertidos”.
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