martes, 23 de junio de 2009

Menú de vendedoras


Hoy quiero hablar de esa raza tan particular que son las vendedoras de ropa para mujer. El hecho de ir a comprar una prenda no es una cuestión fácil para nosotras, y en este punto, la vendedora juega un papel primordial. Ella tiene el poder de ser nuestra salvadora o nuestra verdugo.

En términos generales, la vendedora tiene la intención de que compres un producto de su negocio, pero esto es en la teoría. No siempre pasa en la práctica. Este es el caso de la vendedora relajada, esa que no te da bola, para ella vos no sos más que un fantasma que anda dando vueltas por los percheros. Vive en la suya. No le interesa atender el negocio, hacer ventas y mucho menos aumentar su comisión porque es una artista aún no descubierta y cree, mejor dicho, está convencida, de que mañana la va a pegar en el casting número quinientos uno de su trayectoria, y su faceta de vendedora será una anécdota para el especial de su vida que proyectará i-Entertainment.

La caracúlica, es la que se considera como la única persona trabajadora, que se levantó temprano y que le tocó laburar el sábado (mientras otros gozan de un no merecido descanso de fin de semana), por lo que siempre está resentida y te contesta ladrando si osaste pedirle la remera azul que te gustó y estaba colgada en el perchero pero en talle dos.

La vendedora “encargada” del negocio de Fausta Ballesteros, o cualquier negocio cuya marca implica un nombre y un apellido, es la típica afectada, que se cree muy superior por estar a cargo y te mira como a un perro de la calle si osaste entrar a comprarte ropa vestida con un jogging, y después se quiere matar cuando te ven salir del negocio de enfrente con cincuenta bolsas en las manos. (Vale aclarar, que las de este tipo raramente cambian, pues sus prejuicios son más fuertes).

Quizá una de las más malas sea la vendedora mentirosa que asegura te ves divina y que ese vestido te hace más flaca, cuando es claro que parecés un zepelín.

La compulsiva, en su afán por vender a toda costa te quiere encajar cualquier cosa en reemplazo al saquito negro que necesitás y que no podés encontrar. Por más que no lo tiene y que claramente le dijiste es lo que buscabas, y le agradeciste la molestia, ella te quiere retener y te persigue hasta la puerta con lo primero que manoteó, en la mayoría de los casos alguna prenda vergonzosa como una tanga animal print fucsia y amarillo fluorescente o una mini de cuero roja.

Infaltable, la vendedora ansiosa. No sé si le gusta el exhibicionismo ajeno, pero es la que siempre te pregunta: “¿y… ya está? ¿cómo te quedó? y en ese interín, antes de poder responderle que estás en eso, te abre el probador de par en par y te deja frente a todo el público presente en cuasiterlipes. La que tiene un alto conocimiento de la moda, que alguna vez hizo sus propios diseños pero le fue mal y terminó vendiendo la ropa en el negocio de la competencia y te arma combinaciones mortales porque en la moda “todo vale”.

Pero todo lo malo tiene su lado bueno, y siempre está para salvarte la vendedora simpaticona, la que te acepta un cambio por más que sea sábado; la que si gastaste $125 y el descuento era a partir de los $160 te lo hace igual; la que por más que le hiciste sacar medio negocio y no le compraste te saluda con una sonrisa; la que rastrea el pantalón que querías por las quince sucursales que tiene la marca; la que te aconseja y te tira ideas sobre con qué podés combinar la pollera-vestido que te acabás de comprar y la que te asegura que con esa remera seguro cae muerto al verte.

Y por último, la maestra de todas, la vendedora de alma, esa que después de tantos años, muchas sonrisas e innumerables ventas, te va atrapando sin que uno se dé cuenta y le terminas comprando el negocio entero. A ella, mi más respetuoso saludo.

No hay comentarios: