jueves, 5 de marzo de 2009

El peluquero: ¿dios o demonio?


El interrogante sigue en pie. ¿Tu peluquero es tu dios o tu diablo? Ir a la peluquería es como practicar un deporte de alto riesgo: podés salir espléndida, salir hecha un desastre, o peor aún, te hacen creer que el riesgo es lo tuyo, que el corte y los reflejos fueron de una performance insuperable, pero en la intimidad de tu casa, tu pareja te suelta el clásico ¡¿qué te hiciste?! Es archiconocida la relación compleja que las mujeres mantenemos con nuestro cabello. Como intermediario de esta relación, el peluquero o en su versión chick, el estilista, es nuestro cómplice, psicólogo, ogro, salvador, chimentero y mucho más.

Cuando fuimos dejadas por un novio, que muy turro después de tres años de amor incondicional se fue con una cinco años menor, antes de sumirnos en una depresión no tenemos mejor idea que ir a la peluquería y cambiar de look, impulsadas por esa absurda creencia que un cambio exterior trae aparejado uno interior. Con las ideas mezcladas y la cara hinchada de tanto llorar que parecemos botoxeadas, vamos al edén de las dejadas: la peluquería.

Nuestro estilista, que ya nos conoce desde hace más de una década, ve nuestra cara descajetada y en lugar de prestar atención al corte y el teñido, ejerce su profesión frustrada de psicoanalista. Entre mecha y tijeretazo, analiza tu caso mientras recuerda una vieja historia suya cuando su ex-pareja lo dejó por otro, un latin lover de publicidades de Campari; una historia que poco tiene que ver con la tuya; pero a esta altura ya todas las clientas se enteraron de que fuiste dejada y se solidarizan con tu drama personal. Otras, que están en la misma que vos porque también acaban de ser dejadas, hacen causa común. Pronto se arma una especie de terapia de grupo en la que no hacemos más que demonizar al género masculino hasta que finalmente cae una novia a hacerse el peinado y todas queremos volver a reconciliarnos con el sexo opuesto. 

Cambiás tu chip. Querés salir a conquistar el mundo, a conocer nuevos candidatos… ¡Pero ni eso! Ahora no podés ni siquiera salir a la calle, estás con el pelo fuxia y un corte a lo Mónica Gutierrez que no te favorece, estás pública y oficialmente dejada, y tampoco vas a casarte porque no tenés con quién.

Otro típico caso, es ir a la peluquería a causa del aburrimiento. No tenés nada que hacer y literalmente te la agarrás con tu cabellera. El peluquero desconocido, porque era el único que tenía turno cuando intempestivamente se te dio por cortarte, se aprovecha de tu grado de entrega y aburrimiento y te propone una “creación”. Vos, que querés cortar con la rutina y el tedio de tu día, aceptás. Mientras él te hace un rebajado Savage vos empezás a arrepentirte de tu riesgosa decisión, ya no sabés cómo parar esos tijeretazos, y no te queda otra que autoafirmar la famosa frase, “no hay problema, total el pelo me crece rapidísimo”. Después de una tormenta de pelos volando, te seca el pelo y te lo eleva tanto que parecés la pantera rosa recién salida del secarropa. Te da un giro de 360 en la silla en la que te mantuvo cautiva y te pasa el espejito orgulloso para que mires cómo te quedó atrás. Es un crimen premeditado contra tu pelo, pensás, pero no tenés otra que salir corriendo lo más pronto de ahí y pensar dos veces antes de agarrártela de nuevo con tu cabellera cuando estés aburrida. 

Entre las muchas causas por las que una va a la peluquería, no puedo dejar de mencionar la importancia de cultivarse con las revistas de chimentos. En general, las mujeres excusamos un baño de crema, un baño revitalizante o un brushing para nutrirnos de chimentos. Disfrutamos poniéndonos al día del último escándalo amoroso del verano, el divorcio de Pampita, o de la guerra entre las protagonistas de alguna serie. Criticamos vestimentas y peinados como si fuéramos diseñadoras expertas criticando famosas en la alfombra roja de los oscars; y sin darnos cuenta salimos con el pelo más artificial jamás visto, que se mueve por bloques con el viento, tipo publicidad de sedal. 

También está el típico caso de voy renegada, voy porque no me queda otra, porque ese nido de caranchos ya no da para más. Te sometés a cortarte esa larga y hippie cabellera, y le decís “las puntas nada más, como para darle forma”. Dependiendo del humor con que se despertó el peluquero, puede hacerte caso o raparte. En la mayoría de los casos, las mechas largas entran a caer así como un pelotón que es aniquilado, en el piso y vos quedás estilo el pelado cordera de Bersuit.

Sin embargo, muchas veces nuestro peluquero es un Dios todopoderoso, a decir verdad muchas de las veces. Cuando te hizo ese flequillo de costado, o ese corte bien alocado o la permanente; que te renovó y parecías otra persona, resaltando tus virtudes y escondiendo tus defectos. O aquel peinado que te hizo para el casamiento de tu hermana cuando lucías como una reina. 

Cuando después de explicarle cualquier cosa, te interpretó y te hizo un color de pelo que permitió tapar ese naranja zanahoria que portabas después de haberte hecho la loca y quererte teñir vos sola con las tinturas para aficionadas.

Todas tenemos nuestra relación de amor-odio al peluquero. A veces caí en manos salvadoras y otras en manos asesinas y vengadoras. Sólo espero que la próxima vez que me vaya a cortar el peluquero tenga un buen día y sus planetas estén alineados.

1 comentario:

Unknown dijo...

HOOLAAA me encanta cómo escribís :)
decís cosas que suelo decir , como "tortícolis galopante" y me hacés reir un montón jaja :P
Quería decir eso y nada más, por el solo hecho de que es lindo decirlo.
Seguí así que casi termino de leer los posts :D
Cielo.