miércoles, 11 de marzo de 2009

Quiero ser escritora de horóscopos


Me levanté y me puse a leer el diario con toda la parsimonia de mis desayunos de domingo, que me suelen llevar alrededor de unas 3 horas. Como de costumbre, leo la tapa y después  sin pensarlo  me detengo a leer mi horóscopo: “Amor: habla con tu pareja de tus sentimientos y dejen en claro qué es lo que cada uno espera de esta relación. Salud: meditación. Sorpresa: en primera plana. Dinero: si trabaja en relación de dependencia se sentirá desautorizado. Mil obligaciones.”

Me quedo pensando y concluyo que en cuanto a mi estado amoroso, en general suelo hablarle tanto a mi pareja que la agoto. No tengo mucha paciencia para el tema de la meditación y no busco salir en primera plana de ningún medio. En cuanto a mi estado financiero, se puede decir que tengo obligaciones pero nunca me sentí desautorizada. 

Me pregunto ¿qué hago leyendo esto si encima el astrólogo no le pegó a nada?, y fue ahí, que me puse a pensar que el horóscopo es la parte más leída de cualquier diario o revista. Por más que uno se haga el intelectual, y asegure que no tiene tiempo para leer esas pavadas, inconcientemente terminás por leer tu horóscopo; y seas un escéptico o un creyente fervoroso en el tema de los astros, esta lectura termina por condicionar tu comportamiento de la semana. 

Negar que uno lee su horóscopo es como no admitir que cuando estás en la sala de espera de cualquier médico o en una peluquería, manoteás las revistas chimenteras para echarles una mirada. El horóscopo es la cita obligada de cualquier lector. 

Quizá sea el aburrimiento, la espera, o la atracción que siente el ser humano por lo misterioso y lo mágico, la causa por la cual uno termina leyendo su horóscopo, el de la/el chica/o que no te da bola -deseando que los astros decidan juntarlos-, el de un amigo o el de tu jefe para ver si le toca una buena semana y decide darte ese aumento de sueldo que venís luchando hace más de un año. Como estaba, enfrentémoslo en una mañana al pedo, me propuse comparar la profética semana que me auguraba el diario con los horóscopos de otras revistas y diarios que me faltaban leer. 

Zas! puras contradicciones de una fuente a la otra. Indignada, por la poca credibilidad de los augurios, caí en la cuenta de que el escritor del horóscopo de esos diarios y revistas la pasaban realmente bien escribiendo para esa sección. Se levantan, van al diario o revista en el cual trabajan, quizá también desde su casa, y según el humor con que se despertaron presagian una semana espléndida o una terrorífica. Que tenés que hacer más ejercicio, que tenés que escuchar a los demás, que te va sorprender un viejo conocido con el que hace mucho no hablabas y su consejo hará que tu vida dé un vuelco. Pero lo mejor que tiene la profesión es que nadie te dice nada si no la acertás. Y tampoco tenés que responsabilizarte si tu horóscopo de la semana sugestionó a alguien de tal modo que le ocurrió todo lo que habías vaticinado: se agarró unas contracturas bárbaras, recibió dinero de sorpresa en un bingo que organizaba el colegio de su hijo, y que él la dejaría por otra más joven.

Un tanto injusto con otras ocupaciones. Si un médico llega a equivocarse lo mínimo es un juicio por mala praxis. Y si de juicios hablamos si un fiscal llega a equivocarse lo despiden. ¿Acaso hasta muchos funcionarios o ministros no son invitados a dejar el gobierno? Ni hablar si un periodista publica una información muy errónea no sólo hay fe de erratas, sino también juicios y despidos.  

Es por todo esto que esta mañana, cuando leía el horóscopo cambié de opinión con respecto a su redactor. Ahora pienso: se levantó, escribió lo primero que se le ocurrió, le inventó acontecimientos a otros sin importar si se cumplen o no, y la pasa bien, muy bien. La tiene más que clara. En otra vida quiero escribir horóscopos en algún diario o alguna revista.

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