martes, 18 de noviembre de 2008

Top secret


La primera debilidad femenina no es otra cosa que el secreto. Las mujeres tenemos incontinencia al secretismo. La confesión de un secreto bien guardado, propio o tanto mejor ajeno, es la mejor forma de catarsis. Por más que hayamos hiperjurado como que tenemos un nombre y apellido, llega un momento que develarlo resulta impostergable.

Sucede que el secreto tiene que ver con lo misterioso, lo clandestino, y en este sentido tiene una doble condición: nos atrae porque despierta nuestra curiosidad, queremos saber y romper los límites; y al mismo tiempo, nos molesta tener un secreto, porque está ahí, nos plantea un desorden del cual quisiéramos liberarnos. Por esta razón, las mujeres no podemos siquiera resistir a un secreto de Estado, un secreto de sumario o al ético y profesional, al menos se lo vamos a contar a nuestra mejor amiga que nada tiene que ver, quien jurará en vano no decir nada, para compartir la carga de esa realidad oculta, y poder comentarla cuantas veces sea necesario, porque aún no lo podemos creer.

Para nosotras no existe placer comparable al de reunirnos con las chicas a chusmear. En esta ocasión, una rompe el hielo con las efusivas palabras: “les tengo que contar algo” y gana la atención de todas, que nos quedamos calladas al instante (un hecho cuasi milagroso porque las mujeres tenemos esa deliciosa costumbre de hablar todas al mismo tiempo y entendernos).

Expectantes, con nuestros sentidos en alerta máxima escuchamos con ansia de qué se trataba el secreto, y como un círculo virtuoso cada una comienza a develar información, hasta el momento confidencial, que termina en un chusmerío. Que Luli Salazar parece que aprovechó el combo que le ofreció el cirujano y se hizo labios y pómulos, y ahora tiene la cara de una muñeca rellena de bótox; que nuestra ex compañera del colegio, Jimena, que simulaba ser una santita engañó a su marido y baila en el caño en Pinar de Rocha; y que Jorge, el ex de tu prima, se volvió gay y sale con un galán de Telenovela que también lo es.

La explicación purista y simple de esta resistencia al secreto está en que todas llevamos un pequeño Rial dentro. Por esta razón, cada vez que frecuentamos una peluquería o vamos a depilarnos, o estamos en la sala de espera de un médico, manoteamos desesperadas las revistas del corazón para alimentar la sed de cholulaje. Algunas mujeres, más extremistas y víctimas de la industria amarillista, gastan un dinero considerable cada semana para enterarse de secretos ajenos. Otras, se conforman con pasar por el kiosko de revistas y darle una miradita a las noticias del corazón.

Es normal que la naturaleza humana contemple el ocultamiento intencionado y voluntario de una realidad. No hay persona que no tenga secretos. Todos tenemos alguno. Simplemente nosotras no podemos resistir la tentación de contarlo a los cuatro vientos.

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