No es superstición. Soy conciente de que la luz mala existe y puedo demostrarlo. ¿Acaso puedo negar el tono entre amarillento y verdoso que adquiere mi cara cuando me miro en el espejo del ascensor? ¿o el exhaustivo estudio epidérmico 3D que refleja el espejo del baño y permite ver hasta el punto negro más insignificante que tengo justo en la punta de la nariz?
Sin ir más lejos, cuando estoy en el probador, blanca y radiante como una novia, luciendo la malla que me voy a comprar para enfrentar el verano, aparece esa luz, de nuevo, más mala que la mierda, delatando cada pozo, cada estría, cada arañita que tejió su red en mis piernas.
Los hombres sabrán también de qué les estoy hablando… esa luz del día, del primer amanecer, que se filtra por la ventana, te despierta y deja ver que la rubia despampanante que conquistaste la noche anterior en el boliche (por un efecto combinado de oscuridad y tragos) no existe, y a tu lado duerme una rubio, de un metro ochenta de piernas peludas y voz rasposa que te dice “buen día lindo”.
Esa luz que te hace sentir más tronco de lo que sos cuando vas a bailar o estás en una fiesta, y estabas a full con tu paso monocorde y te hace parecer un robot de movimientos convulsos. Es parienta de la luz alta de los coches que no te dejan ver la ruta y mucho menos si vas a pisar a algún animal o te vas a llevar puesto otro coche de frente.
Tampoco podemos olvidar la luz teatral, del jet set. Me acuerdo esa vez que estaba en el cumpleaños del tío, del novio, de mi hermana, que era con Karaoke. Por las dudas y para tomar las debidas precauciones me había sentado en el extremo derecho del salón, porque no conocía a nadie y no tenía intenciones de subir a cantar nada, cuando el foco con la luz mala me apuntó para que subiera al escenario e interpretara la de Titanic con un desconocido, a todo pulmón.
El médico o dentista, que en lugar de darte con la luz en la garganta o en la boca siempre te la clava en el ojo y te deja casi ciega; a falta de que ya te duele la garganta porque tenés unas placas gigantes o del dolor de muela que te está matando la cabeza además de dejarte a dieta y privada de todo besuqueo.
Pero la más vil, traicionera y mal intencionada de todas las luces es la nocturna de corte oficial. Es esa que justo en esas noches en que la temperatura es de 40 º y tu única salvación es el ventilador (o para los más afortunados el aire acondicionado); o justo la madrugada anterior a rendir cuando estabas estudiando (ni siquiera repasando) las 5 bolillas que te faltaban para poder irte a dormir, la muy jodida se corta. No lo podés creer.
Chequeás unas 5 veces pero no es el disyuntor. Es corte general. Es este gobierno y sus políticas de ahorro energético. Y puteás en chino mandarín porque en el momento en que más la necesitabas la luz te clava un cuchillazo por la espalda y te obliga a aguarte del calor, quemando más calorías que en todo un año de gimnasia, y a quemarte las pestañas con las velas hasta terminar la lectura.
Por eso no es fantasía, es realidad. Cuidate de la luz mala.
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