martes, 8 de septiembre de 2009

Hacete un curso

La competencia es furiosa. En muchos trabajos piden conocimientos de idiomas, informática, management, liderazgo, seminarios, especializaciones, masters, doctorados. Por supuesto, existe una oferta bien variada para cubrir tanta demanda de conocimiento. Pero… ¿ no se les está pasando la mano?¿ curso de pastillaje? ¿cocina macrobiótica?¿curso de ángeles?

Me parece que la gente está muy al pedo, o no quiere volver a su realidad y prefiere poner la excusa de un curso, que siempre queda mejor.

Curso de macramé, de punto a nieve para la cocina, de vitreaux, de reiki. Lo más asombroso resulta la cantidad de alumnos que tienen y el negocio que se armó alrededor de la formación.

Tan sólo en 4 meses, una clase por mes, te recibís de instructor de salsa y mambo, terapeuta de otras vidas, profesor de reiki, facilitador de milagros, maquillador artístico de muñecas barbies, y no sé cuantas otras cosas. Así, estos cursillos de corto plazo abarcan esa masa de gente, debo confesarlo que yo alguna vez fui de esa camada, que se aburre rápidamente de las cosas y que empieza clases de tango y abandona antes del mes porque ya se aburrió. Se aprovechan de esa debilidad, como es la falta de constancia, de perseverancia, y deciden ganarse unos cuantos pesos. Pero esto no es moco de pavo, como podría decirse. Después un inocente cree ir a atenderse con un terapeuta serio y termina en las manos de una Rímolo cualquiera.

Quizá esta obsesión por anotarse en un curso hasta para aprender a atarse con estilo los cordones de las zapatillas, tenga que ver con el mandato social de hacer “cosas copadas”, la reafirmación exacerbada de la individualidad y con la ilusión de que cuantos más cursos y seminarios figuren en tu cv más capacitado está uno para ¿resolver? las vicisitudes que la vida pueda presentar.

Lo más peligroso de esta tiranía de los cursos y seminarios es que se convirtieron en el refugio de solos y solas. Uno cree que va a distenderse de las preguntas incisivas de los familiares de porqué no estás de novia, y termina en las garras de una casamentera disfrazada de profesora de coaching ontológico que en lugar de explicarte sobre el sano liderazgo y preguntarte acerca de tus logros laborales, se la pasa tratando de engancharte con alguno de los solteros sospechosos (por depresivos, psicóticos o de personalidad exageradamente introvertida) que tenés de compañeros.

Pero no es cosa que estos cursos triunfen y maten la verdadera curiosidad. Esa que te hizo preguntarte qué bueno sería conocer más acerca de los mitos griegos, lo libre que se debería sentir una bailaora de flamenco al zapatear con esa fuerza o lo completa que te sentís cada vez que escribís, pintás, actuás, cantás y las ganas de seguir averiguando cuánto más podrías disfrutar. Por eso ahora yo me fijo bien, lo pienso aún mejor, y entonces sí me anoto. No es fácil distinguir lo bueno entre tanta abundancia. Suerte.

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