martes, 5 de mayo de 2009

Fauna partusera


¿Qué es lo que sucede que la gente siempre se desenfrena en la tanda del carnaval carioca? ¿qué tiene de especial? Podría creerse que sólo se trata de una tanda de música y baile entre tantas otras… Sin embargo, las fotos post fiesta demuestran otra cosa. Un ritual en el cual los invitados se sumergen en un estado irreconocible.

 Entre el público mayor se destacan unos pocos sobrevivientes bailadores (porque a esta altura son alrededor de las seis de la madrugada y sólo quedan unos viejos y unas señoras mayores,  recordando sus años mozos con pasos a lo Palito Ortega) a los que se suman las mejores amigas de la novia y algunas muchachas alienadas en su propio baile, los amigos del novio -borrachos estoicos-, haciendo trencito, bailando maracas en mano y luciendo gorros, collares hawaianos, silbatos, tratando de sumar adeptos entre un público numeroso y amargado que espera en la zona de las mesas el desenlace de la fiesta.

Quizá sea el efecto glucosa (generado por la previa mesa dulce) más alcohol, el que provoca ese clima de “qué fantástica, fantástica esta fiesta” en el que los invitados pierden toda inhibición para prestarse a un espectáculo del que no hay vuelta atrás.

Muchedumbres alcoholizadas, transpiradas, desaliñadas, desaforadas… Una fauna partusera para el infarto. El infaltable grupo de cincuentonas/sesentonas tildadas con sus pasos hippies que repiten cual robots, cualquiera sea el ritmo de la canción, rememorando su juventud. También reconocidas como las enloquecidas que hacen pista desde que comenzó la fiesta. Los viejos verdes (transpirados, con la corbata atada en la cabeza) correteando a las chicas jóvenes que bien podrían ser sus hijas o nietas, pero a las que jamás pueden alcanzar porque la pista les resulta un territorio hostil para desplazarse, teniendo en cuenta las luces blancas que reducen sus habilidades motoras y los antifaces que llevan puestos que les quitan visibilidad. La criatura que no para con el silbato, cuyos padres lo miran entre embobados por la gracia de su nene, y drogados de tanto cansancio. 

El típico padrino canchero del novio, que se cree un dandy y se calza el collar fluorescente para resaltar sus ojos claros y su sonrisa Colgate,  que no hace más que organizar trencitos fallidos porque ni una de las solteras de la fiesta le da bola. No pueden faltar los novios que de tan borrachos y mareados por las revoleadas y los lanzamientos aéreos, ya quieren que se acabe el stock de serpentina y papel picado para que termine la fiesta y puedan irse a dormir.

 Resulta llamativo, que este conjunto de personas enajenadas pretendan armar figuras, como en los torneos de baile sincronizado, con rondas que se abren y cierran, cuando no pueden ni sostenerse ellos mismos con semejante estado etílico. 

Además, el carnaval carioca hastía el oído musical de cualquier persona… porque uno se banca la primera, la segunda, la tercera canción, pero después de escuchar una hora seguida de música brasilera ya no se distingue cuando empieza y termina cada tema, el estilo melódico comienza a ofuscar y la tortura brasuca se vuelve interminable. 

La realidad es que el tradicional carnaval carioca de toda fiesta en lugar de convertirla en fantástica, la vuelve terrorífica,  enloqueciendo y alienando a los invitados. Por esto, pongámosle fin, y ya que estamos al DJ-animador y locutor frustrado, que arroja comentarios tontos entre tema y tema.

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