martes, 28 de abril de 2009

Cortala con el inflador


No formo parte de una secta secreta de bicivoladores, ni voy a contarles cuánto odio inflar globos para los cumpleaños, y mucho menos, voy a analizar los índices de inflación. De lo que sí quiero hablar, es de esas personas molestas que adoran inflar todo lo que les sucede. De los infladores natos. Seguro que si buscás entre tus familiares, amigos, conocidos, incluso pareja, ex- parejas o amantes, vas a encontrarte con algún ejemplar.

Los infladores natos son exagerados por naturaleza, lo que a ellos les pasa no le sucede a nadie más en la faz de la tierra, o por lo menos, a nadie más en una extensión desde Argentina hasta Canadá; y si por mala suerte alguien vivió una situación similar a la suya, seguramente no tiene ni punto de comparación con lo que ellos sufrieron, disfrutaron, rieron o lloraron (que fue más intensamente, por si tenías alguna duda). A los novatos les encanta vanagloriarse de sus logros cuando uno tiene esos días de mierda en que nada te sale bien porque sienten que su inflación vale el triple. Sin embargo, a los profesionales, a los maestros del inflador les gustan los desafíos, la competencia cruda, por eso  disfrutan de agrandar sus logros justo cuando a uno por fin le tocó una buena racha y cambió a un trabajo mejor o lo ascendieron, porque ellos seguramente también consiguieron “el trabajo”, los ascendieron al “puesto envidiado y soñado por todo el resto” y además sus jefes les dijeron que eran “los indicados” para la tarea encomendada.

Pero esto de inflarse no es para cualquiera… uno debe tener encanto, glamour y una importante cuota de divismo que lo lleve a perder cualquier indicio de humildad, porque la humildad es para los mediocres que se la dan de genios pero no tienen la personalidad suficiente para hacerse cargo de sus triunfos. Se podría creer que el secreto de inflarse está relacionado a un egoísmo exacerbado y a un autoengaño que de reafirmarlo tanto se comienza a sentir como real. Por supuesto, que no debe olvidarse que siempre los inflados o infladas cuentan con un séquito de obsecuentes faltos de carácter, o unos padres aduladores, quienes se encargan de prestarles otro inflador en los peculiares casos en que  los propios fallen por algún atisbo de realidad o sencillez.

En el caso de las mujeres, cuando atraviesan una pena de amor las infladas sufren más que Andrea del Boca y sus historias ya escapan a cualquier telenovela para entrar en un género surrealista que ya no cabe  ni para un culebrón. Los hombres, por su parte, suelen inflarse hasta límites insospechados cuando se trata de contar sus proezas sexuales y la cantidad de minitas que tienen muertas. 

Otra de las ideas a destacar, es que los reyes y  las reinas de la inflación adoran la publicidad y la promoción de su vida. Ya sea que se encuentren en el cumpleaños de la tía del mejor amigo del nuevo novio de su prima, y que ninguno de los presentes los conozca, y mucho menos les interese saber de sus proezas, ellos cuentan a los cuatro vientos su ardua, apasionada y sublime vida laboral, amorosa, religiosa y sexual. En pocas palabras, nacieron para ser el centro o tratar de serlo.

En realidad no sé si es por propia inseguridad o por estar desconectados de la realidad y pensar que a otros no les pasa lo que a ellos, pero sería muy bueno que aunque sea por pudor o por cambiar de vez en cuando, alguna vez dejen protagonizar a otros, a los “actores secundarios” y la corten de una vez y por un rato con el inflador.  

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