martes, 7 de abril de 2009

Secretos del armario


Abrís el armario y te quedás colgada mirando, mirando, y nada. Al cabo de unos diez minutos de fuga no llegaste a ninguna conclusión y aún seguís con la vista clavada el cúmulo de ropa. Cuando estabas a punto de manotear la típica vestimenta uniforme, ese conjunto que te salva siempre que no querés pensar y que sabés te queda bien,  tu novio te apura porque llegan tarde a la cena y en ese instante te arrepentís de la decisión y te dejás consumir por la duda. Querés cambiar. 

Hoy tenés un humor de renovación pero no encontrás algo que te satisfaga. Finalmente lanzás el clásico “no tengo que ponerme”. Él te mira con cara de desorbitado “mi amor… ¿cómo que no tenés qué ponerte? El placard explota…”  Vos reafirmás tu sentencia como si reasegurarla te exonerara de parecer una loca: “en serio, ¿no ves que no tengo qué ponerme?” 

La realidad es que en tu afán por no tirar nada guardaste el enterito que usabas en la primaria; las bucaneras con la pollera escocesa y los borceguís que te acompañaron en los asaltos; el jean elastizado (que ya no te entra ni en una pierna) junto al chaleco también de jean –por si se vuelven a usar-; el vestido negro (que ahora es un negro ratón) que te pusiste para conquistar a tu novio en la primera cita, y en las 30 que le siguieron; el pantalón palazzo porque es un clásico pero de tan clásico tiene el corte a la cintura que hoy en día no soportás usar ni diez minutos acostumbrada a al tiro bajo; la musculosa verde que te pusiste hasta el cansancio y por un momento muchos llegaron a dudar si no era parte de tu piel.

Te invaden los recuerdos de esas épocas cuando hacías estragos con los vestidos bobos de colores estridentes en los boliches de la costa bailando al ritmo de Vilma Palma, cuando te lookeabas con el jopo y los colgantes pacifistas de save the planet, save the whales o peace, cuando hacías equilibrio en las sandalias con 8 cm de plataforma para tener más chances con el bombón del barrio que te sacaba como tres cabezas. “¿Te falta mucho?”, su grito te regresa a la realidad de que mejor empezar a revolver con criterio para poder rescatar algo para ponerte e ir a la cena. 

De influencias ochentosas y noventosas, tu ropa está un poco fuera de la moda actual por más vintage que se use.  Como estás en una situación límite decidís probar con una vestimenta retro pero parecés teletransportada de un video de Bon Jovi  por lo que desistís del conjunto. 

El vestido negro ratón ni hablar y la ropa que vestís usualmente te hace recordar al trabajo, además que te entristece el hecho de verte siempre con lo mismo. Cuando elegís la remera no te pega  con el único  jean decente para salir (porque los otros están ultradesgastados, tienen una mancha de lavandina, o no te entran) y cuando lográs una combinación equilibrada entre la parte de arriba y la de abajo es obvio que no tenés qué encajarte en los pies. 

Tu humor se torna irascible ante lo cual tu pareja no aporta mejor acotación que “y bueno si te hacía falta un jean o una remerita negra ¿por qué no te compraste?” Porque estuve trabajando, cuando no estaba preparando algo para cenar, paseando al perro, pagando las expensas, o recogiendo tu traje para el casamiento de mañana en la tintorería, pensás vos para tus adentros mientras le arrojas una mirada de rayos x que él ya bien conoce por lo que decide alejarse y evitar cualquier nuevo comentario.    

La desesperación te comienza a ganar, ya pasó más de una hora y media y vos seguís en ropa interior indagando qué ponerte, con más incertidumbres que el panorama económico del país y con la convicción de que seguís sin tener qué ponerte.

Resolvés omitir tus ganas de vestirte diferente al caer resignada en el uniforme. Sin embargo, al día siguiente te ponés en campaña y comenzás a separar la ropa que ya no te cabe y pueda servirle a otra persona. Regegalás casi todo. Ahora sí que no tenés  qué vestir excepto por los dos o tres conjuntos  básicos que siempre te salvan. Porque por más que renueves el stock en general  terminás por vestirte con lo mismo y para caer nuevamente en el fastidioso e ineludible  “no tengo qué ponerme”.   

2 comentarios:

Unknown dijo...

Diana....Mujer...tenias que ser..!!. mas de tres novecientos visitas... todo un exito en tu blog...!!
me encanta tu estilo....
espero tu proxima nota...
Liliana de San Juan....
(asidua lectora)

guadalupe dijo...

.....quien leyó mi diario y lo publico????
...jajaj!!!
buenísimo !!!
Las mujeres en” algunas cosas" parecemos hechas con carbónico...!!!
Pero no en todo, cada una tenemos nuestro toque particular, que es nuestra esencia y nos hace únicas
Guadalupe