martes, 21 de abril de 2009

No soy tu geisha

A veces los hombres pueden ser hasta más ingenuos y soñadores que nosotras. Nos acusan de haber buscado toda nuestra vida al príncipe azul, habernos casado creyéndolo tal, y que luego inexplicablemente entremos en una profunda depresión cuando en lugar del hombre ideal nos encontramos con un Homero Simpson cuando atravesamos la puerta de nuestra casa.

Pero ellos también soñaban con una femme fatal entrenada para ser su diosa sexual y cuando se abre paso la convivencia, caen en la cuenta de que tienen a su lado a Doña Florinda en lugar de la Mujer Maravilla con su sexy malla azul y roja.

Una cosa es real: no podemos cocinar, lavar, planchar, trabajar, estudiar y esperarlos con ropa interior de encaje con dos copas de vino, velas y música. Somos mujeres de carne y hueso, tenemos una vida en la que los hombres son nuestros compañeros y no nuestros dioses.

Resulta difícil entenderlo cuando lo único que aprendieron de los animés orientales, los comics y películas como Memorias de una geisha, es que nosotras debemos complacerlos todo el tiempo, incluso legando un conocimiento milenario y entrenándonos en las artes del deseo…

Despierten!: estamos en Argentina, no en Japón, y en mi caso particular amo estar en joggineta y pantuflas, con un rodete despejando mi rebelde cabellera, tomando mate y comiendo unas galletas mientras miro una peli tirada en el sillón. Sí, obviamente no nací para ser una geisha.

En el caso que intentara tampoco podría. Seguramente mientras estoy con el esmalte rojo pintándome las uñas, me acuerde que tenía que sazonar el pollo que estaba en el horno y sin querer lo termino tiñendo de rojo y me queda con un gusto un poco plástico. O si me estoy haciendo la romántica ejecuto uno de mis clásicos movimientos torpes, tiro las velas, incendio el mantel y por poco que no prendo fuego mi casa entera.

Tampoco podría nunca lanzar esa mirada seductora y tímida al mejor estilo geisha porque, en primer lugar, soy miope y para ver algo tengo que enfocar y hacer esfuerzo, y en segundo lugar, tengo una naturaleza poco disimulada, con lo cual fijo la vista y soy más obvia que mi jefa fingiendo que el trabajo lo hizo ella. Jamás seré equilibrista ni usaré esos tacos chinos de quince centímetros o los taco aguja sólo para que mis piernas luzcan más seductoras porque siento como si estuviese arriba de unos esquíes a punto de lanzarme desde la cima del Aconcagua.

El tema de pintarme como una puerta no me gusta, además que siempre se me corre el maquillaje porque soy alérgica y en algún momento de inconsciencia me refriego los ojos y termino como mapache.

En cambio, sí me gustaría lucir las fabulosas telas que tiene los vestidos y kimonos visten las geishas, pero en este país, implica ir de recorrida al once, pelearse con los que te atienden, comprar las telas, encontrar una modista que te haga el modelito el cual seguramente se te va a deshilachar ante la primera caricia seductora que le des a tu amado o ante el primer bocado que pruebes que hará estallar la cintura de tu kimono made in home.

Muchas veces él habrá llegado a casa con la esperanza de encontrarse con su geisha esperándolo para llevarlo a un viaje de placer y se desilusiónó al verte de entrecasa lidiando con la comida, el trabajo práctico, el estudio o los chicos. Es que a veces ellos también pecan de idealistas y reclaman nuestra atención hasta que finalmente entienden cuando les decimos bien claro: “no te ilusiones, no soy tu geisha”.

1 comentario:

Anailime dijo...

Sabes que es genial lo que escribiste? y taaaaan cierto!