martes, 7 de octubre de 2008

¿Por qué las mujeres siempre van juntas al baño?


Quizá sea ésta una de las profundas preguntas que aquejan al universo masculino.  A decir verdad, en lo que se presenta a primera vista como un fenómeno extraño para el hombre, representa un comportamiento que tiene un fundamento antropológico.

Recordando a Marc Augé y su idea del no-lugar, ese espacio frío, anónimo donde las personas establecen vínculos puramente transaccionales, un lugar que no evoca sentido de pertenencia; fue que imperiosa surgió en mí la necesidad de explicar porqué vamos juntas al baño.

Espero no herir susceptibilidades, ya que esta acción no responde a esa clase de fantasía que ratonea a todos los hombres. Tampoco a un capricho. Se explica en la lógica intrínseca del pensamiento femenino. El baño dista de ser como cualquier otro ambiente de una casa, un bar, un boliche. El toilette de damas representa nuestro sí-lugar.

Por contraposición al no-lugar, es el ámbito predilecto en el cual podemos distendernos, repleto de sentido, que despierta real interacción entre sus numerosas visitantes. No reconoce un límite claro entre lo público y lo privado, sino más bien es un híbrido que depende del humor con el que nos levantamos. Ilustraré con ejemplos para clarificar el concepto. En ocasión de arreglarnos en nuestro propio hogar, nos gusta encerrarnos y tomarnos un buen rato (léase: bastante rato, como mínimo 2 horas), ritual que adquiere un carácter privado. (Además, vale aclarar que las chicas no nos pegamos una ducha, más bien cumplimos con el mandato de purificación entendido desde una óptica más oriental.) En caso de que estemos haciendo previo con amigas, o estemos en medio de una salida, sin duda es público. Igualmente, en cualquiera de ambos casos, para nosotras tiene una mística especial: es el refugio donde desatamos íntimas y escandalosas confesiones.

En medio del retoque de maquillaje, el pelo, el bretel  del corpiño que se desprendió y sostener la puerta que no cierra, las mujeres compartimos sueños, desilusiones, engaños, incertidumbres, alegrías. Criticamos la ropa de una y de otra, como si estuviéramos en la alfombra roja, otras veces compartimos nuestro conocimiento sobre tips cosmo que aportan grandes saberes al acervo cultural femenino, mientras en más de una ocasión terminamos consolando a una desconocida, que quebrada y llorando, se lamenta por haber frecuentado el mismo lugar que su ex, que intuía de antemano, iba a estar besándose con otra. Vamos al baño para pedir rescate a una amiga que te haga sonar el celular con alguna excusa absurda para zafar de tu cita a ciegas. Vamos junto a una amiga para confesarle que estamos copadas con el amigo de su novio que no nos pasa ni la sal, o para contarle detalle por detalle la conversación telefónica previa a la ruptura con nuestro eterno chico reincidente.

El toilettes resulta también un escenario con asientos privilegiados cuando un chico, entra pensando que era el de hombres y es echado a los gritos por las mujeres en él presentes; o cuando alguna chica es perseguida por su novio que furioso porque la pescó in fraganti, e ingresa sin querer para armándole un escándalo; o mejor aún cuando se arma discusión entre la oficial y la amante.

Por encima de todo, el baño es nuestro sí-lugar porque lo identificamos como nuestro hábitat natural. Un espacio en el que aprendimos los artilugios del misterioso universo femenino que transmitimos de generación en generación, un ambiente que a partir de ahora se entienda el poder que tiene sobre nosotras.

1 comentario:

Zippo dijo...

Todo muy lindo, pero hay que tener ganas de purificarse, encontrar mística y estados de Nirvana rodeadas de fríos azulejos, una luz blanca de mesa de cirujía, y olor a lavandina (en el mejor de los casos).